Publicado también en Valencia Opinión
Conforme pasan los años, el hombre va sintiendo cómo los días pasan más rápidamente, cómo la vida se ha ido transformando en un libro en el que sus páginas primero se hojeaban lenta y plácidamente, hasta irse acelerando progresivamente hacia su cierre final...
Pero la cambiante percepción del paso del tiempo del ser humano obedece a la estructuración de nuestra propia mente, dentro de la cual reservamos un único espacio para el conjunto de los recuerdos desde los albores de nuestra vida.
Si nos remontamos hasta nuestra infancia, quizás en la época en que tuviéramos tres o cuatro años, podríamos recordar cómo entonces, aunque nuestra vida había sido muy breve, no nos parecía tal... Teníamos la misma sensación que tenemos ahora de haber vivido mucho tiempo, aunque sólo hubieran sido unos escasos años...
En contraste, los días se nos tornaban eternos, inmensamente largos y extendidos en toda su placidez...
Nuestro cerebro no hacía más que segmentar el tiempo transcurrido en nuestra vida en una serie de parcelas que, forzosamente debían ser largas...
Mas, tras el transcurrir de los años, los recuerdos aumentaron, pero la capacidad de percepción de los mismos no varió... Nuestra capacidad de almacenar el pasado no cambia nunca y, por tal razón, los segmentos en que fragmentamos el mismo son cada vez más pequeños... Parece que los días se precipitan, que caen en torrente, unos tras otros, y los que antes se nos presentaban largos como semanas ahora los percibimos rápidos como horas y, en las postrimerías de nuestra vida, fugaces como segundos.
La vida pasa siempre al mismo ritmo, pero nuestra capacidad de percepción de la misma la trocea cada vez en fragmentos más pequeños...
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